jueves, 29 de septiembre de 2011

Debate- Las Lecturas de Juventud y la Formación de la Identidad (Harry Potter y Crepusculo)

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Harry Potter trata de confrontar los miedos, encontrar la fuerza interior y hacer lo correcto frente a la adversidad. Crepúsculo trata de lo importante que es tener un novio.”
Stephen King
El final de Harry Potter me ha despertado la afición por las maratones de sagas cinematográficas en casa. Ya he hecho maratones de Star Wars, El señor de los anillos, X-Men, El caso Bourne, Star Trek… y, el pasado fin de semana, opté por Scream.
Estaba viendo Scream 4 y, como no me estaba gustando demasiado la película, me puse ha meditar acerca las palabras de mi amigo Aarón, de dieciséis años, que había escrito en una red social una reflexión sobre lo que había significado Harry Potter en su vida: “Harry Potter me ha hecho ser como soy”. De forma parecida se expresaron muchos fans después del estreno de Las Reliquias II. “Gracias por enseñarme tanto, gracias por darme sueños por los que luchar”, escribió mi amiga Irene, también de dieciséis años. “Harry Potter ha cambiado mi vida, me ha proporcionado modelos de comportamiento”, me dijo en una ocasión mi amigo Pedro, de quince.

Por supuesto que, cuando eres adulto, también un libro o una película puede cambiar tu vida al proporcionarte otra manera de ver el mundo, pero las lecturas de la infancia y la adolescencia configuran tu identidad de manera más decisiva que las de cualquier otra etapa de la vida.
Andaba dándole vueltas a estas cosas, cuando me asaltó un terrible pensamiento. Me cogió por sorpresa y me aterrorizó como si el mismísimo asesino de Scream hubiese atravesado de un salto el cristal de la ventana de mi salón y se hubiese plantado ante mí con su túnica negra y su careta de ángel de la muerte, blandiendo un enorme y afilado cuchillo.


“¿Twilight también habrá hecho a sus lectores como son?”, me pregunté angustiada. Fue como si acabara de sonar mi teléfono y, al descolgar, la voz del asesino de Scream me hubiese preguntado: “¿Cuál es tu película de terror favorita?”. Intenté huir desesperadamente de ese pensamiento como las víctimas de la película que estaba viendo, que corrían despavoridas por la casa en busca de un escondite o una salida, pero, al igual que el psicópata disfrazado de la película, la pregunta saltaba sobre mí al abrir un armario o al entrar en una habitación oscura. Por eso decidí que lo mejor era enfrentarme a la idea que me torturaba y escribir este artículo.
Como suelo leer vuestros comentarios, tanto los de mis post como los de los post de mis compañeros, sé que a muchos no os gusta que se compare Harry Potter con Twilight. Por mucha razón que tengáis los que sostenéis que son dos historias muy diferentes en cuanto al argumento y a la calidad literaria, la maquinaria comparativa hace mucho tiempo que está en marcha y ya es imparable.
A la estrategia comercial de los editores de Twilight (“El libro que ha superado en ventas a Harry Potter”, rezaban las pegatinas) se sumó luego la productora cinematográfica, y a dicha estrategia también se adhirieron ciertos sectores de la opinión pública estadounidense a los que incomodaba el éxito de una autora británica en su territorio y que llevaban tiempo esperando que surgiera una saga autóctona que hiciera competencia a la extrajera. A estas personas nunca está de más recordarles que las buenas obras literarias no tienen ni patria ni bandera. Su patria es el mundo interior de cada lector y su bandera, la huella imborrable que dejan en el alma de los seres humanos.
En cualquier caso, esta estrategia comercial dio resultado. Es algo usual que Harry Potter y Twlight sean comparados como si fueran productos literarios y cinematográficos muy similares. Recientemente, en la entrega de premios de la MTV, al cantante Justin Bieber le preguntaron si era seguidor de Harry Potter o de Crepúsculo. Después de una profunda y sesuda reflexión, él respondió: “De ninguna de los dos… Bueno…, esto… Creo que de Twilight”. Y yo misma recuerdo haber sido preguntada al respecto en casi todas las entrevistas previas a la feria del libro más reciente. “¿Qué opina sobre la repercusión que han tenido en la literatura juvenil actual fenómenos como Harry Potter y Crepúsculo?”, me inquirieron una y otra vez. Hasta una periodista de una televisión local adornó el plató con un estante repleto de libros de la saga Crepúsculo que rodeaban amenazadoramente a los míos (casi me da un síncope cuando vi la estantería mientras me estaban colocando el micrófono).
Ante todo, quiero dejar claro que yo no desaconsejo la lectura de Twilight ni la de ningún libro. Leer nunca es perjudicial, lo que sí puede ser pernicioso es ir por la vida sin el más elemental sentido crítico. Algunos se preguntarán por qué me aterroriza que la lectura de los libros de Meyer pueda influir en la personalidad de sus lectores. Esta pregunta se irá respondiendo sola a lo largo del artículo. Ahora, la pregunta que debemos hacernos es otra: ¿por qué la mayoría de los seguidores de Twilight son mujeres?
Siempre que tengo ocasión, procuro conversar con alguna seguidora de Crepúsculo. Es difícil razonar con las muchachas que pierden la cabeza con un desnudo lobuno de cintura para arriba, pero, últimamente, he tenido la oportunidad de dialogar con mujeres más maduras, como la periodista que mencioné más arriba o una profesora de secundaria. El caso es que, aunque se expresen con más serenidad que las adolescentes, sus respuestas no son muy diferentes (“¡Oh, qué bonito!”, “¡Qué romántico!”).
Estas opiniones hicieron que se me encendiera una lucecita en el cerebro que alumbró las razones del éxito de la saga vampírica. Twilight es una novela rosa con protagonistas adolescentes (uno de ellos es centenario pero con aspecto y estilo de vida juveniles). Si buscáis “novela rosa” en Wikipedia, encontraréis que la saga Crepúsculo está catalogada como tal (aunque no es encuadrable exclusivamente en este género).
La novela rosa o novela sentimental (no confundir con novela romántica, que es la de la época del Romanticismo) se caracteriza, en líneas generales, por narrar historias de enamorados que tienen que superar adversidades hasta que, finalmente, triunfa el amor. Este género literario es tan digno como cualquier otro, y hay grandes obras literarias que se pueden clasificar en este epígrafe.
Estados Unidos es un gran consumidor de novela rosa, y muchas obras de este género suelen aparecer en sus listas de libros más vendidos. No es de extrañar, por tanto, el éxito de Twlight en USA. El perfil del lector de novela rosa estadounidense es el de una mujer de más de 20 años y con estudios superiores. Como Twilight tiene protagonistas adolescentes, consiguió enganchar a las lectoras habituales de novela rosa al tiempo que cautivaba a las más jóvenes.
Hay, sin embargo, algo que tiene que llamarnos la atención en cuanto al perfil de lectores de novela rosa en Estados Unidos (utilizo el ejemplo de este país porque allí se vende mucha novela rosa y hay bastantes estudios disponibles, pero los resultados son extrapolables a países de habla hispana): sólo el cinco por ciento de los lectores son varones.
Esto último me hace pensar en la creciente animadversión de los chicos hacia todo lo que tiene que ver con Twilight. Aún recuerdo lo que pasó en un cine de mi localidad cuando proyectaron el tráiler de Amanecer I antes del primer pase de Las Reliquias II. Cada vez que aparecían en la pantalla Edward o Jacob, unos muchachos, poniendo voz de pito e imitando a las chicas, gritaban “guapetón”, “tío bueno” y otros piropos.
“¿Celos?”, me pregunté, pero abandoné rápidamente esta idea. Muchas chicas gritan como posesas a las puertas de los estadios cuando ven a Íker Casillas, Piqué o Leo Messi, y yo no veo que a los chicos dejen de gustarles estos deportistas por eso. En la misma proyección de Las Reliquias II que antes he mencionado, se escuchaban profundos suspiros cuando aparecían en la pantalla primeros planos de Dan o Rupert, y tampoco me pareció que esto le importara a los chicos.
¿Por qué ese desafecto de los muchachos hacia los personajes de Meyer, entonces? Pues por el mismo motivo por el que la novela rosa tiene sólo un cinco por ciento de lectores varones. Los hombres dan la espalda a Twilight y a la novela rosa en general porque este género tiende a reproducir personajes masculinos estereotipados que se parecen muy poco a los muchachos de la vida real. Los protagonistas masculinos de la novela rosa no son como los chicos de verdad, sino como a las mujeres les gustaría que fueran (si hay alguna seguidora de Twilight que está a punto de tirar el ordenador por la ventana para no seguir leyendo mi artículo, le pido por favor que continúe, porque puede necesitar reflexionar serenamente acerca de esta cuestión).
Los muchachos han ido pasando de la indiferencia a la hostilidad abierta hacia Edward y Jacob porque les irrita que las chicas se derritan por hombres con los que no pueden identificarse y a los que no aspiraran a parecerse. Sin embargo, a los chicos no les molesta que las mujeres suspiren por los deportistas a los que me acabo de referir o por personajes de ficción como Harry, Ron o Neville porque todos ellos sí representan modelos de masculinidad adecuados.
Podríamos decir que leer novelas rosa es algo así como tomar un helado de chocolate. Es una experiencia placentera y agradable que no amplía nuestro conocimiento de la vida o del ser humano. El problema es que quien saborea un helado de chocolate sabe que el helado no va a ampliar su conocimiento del mundo, pero las lectoras de novela rosa no siempre tienen claro este punto. “Harry Potter es una fantasía para niños, sin embargo, Crepúsculo habla sobre cosas que le pueden ocurrir a cualquiera”, leí una vez en una página de fans de Twilight. Y eso es precisamente lo que me preocupa, lo que me asusta, que las lectoras de Twilight confundan realidad con fantasía y que lo hagan en un momento de sus vidas en el que se está formando su personalidad.
En los libros de Harry Potter, con todas sus lechuzas mensajeras, con sus chorros de chispitas saliendo de varitas y con sus vuelos en escobas o dragones, encontramos más realidad que si juntáramos el noventa y cinco por ciento de las novelas rosa que se han escrito en toda la historia. Los personajes de Rowling se enfrentan a los mismos conflictos a los que se ha enfrentado el ser humano desde el principio de los tiempos, y sus protagonistas son tan auténticos que uno tiene la sensación de que va a tropezarse con cualquiera de ellos a la vuelta de la esquina. La saga contiene un sistema de valores que podría hacer del mundo un lugar mejor. Por eso me reconforta que una generación entera haya desarrollado su identidad mientras leía estos libros, todo lo contrario de lo que me ocurre con la saga de Meyer. No voy a extenderme en esta cuestión porque ya he comparado personajes y relaciones sentimentales de las dos sagas en otros artículos (Los antecedentes literarios de Harry Potter VIII y Escenas eliminadas I: “Nosostros no vendemos sexo como Crepúsculo”) que os invito a leer.
Para apoyar mis argumentos sobre la novela rosa, os pondré como ejemplo las declaraciones de la escritora alemana Sarah Lark, autora de la obra En el país de la nube blanca (una novela sentimental de ambientación histórica) que comentó lo siguiente con motivo de la reciente publicación de su libro en español: “No estoy enamorada, soy demasiado romántica para tener novio, los verdaderos príncipes están en los personajes masculinos de mis novelas”.
Creo que hay que agradecerle a esta autora que sea sincera consigo misma y con sus lectoras. No le gustan los hombres que conoce y prefiere inventarse otros con los que puedan fantasear sus lectoras. Vaya por delante mi respeto hacia todas las formas de entender la creación literaria y la lectura, pero yo pienso que merece más la pena esforzarse en escribir y leer historias que nos ayuden a conocer, entender y aceptar a los chicos tal y como son en lugar de perderse en ensoñaciones fantasiosas sobre cómo nos gustaría que fueran.
Bueno, y después de dar un tirón de orejas a las mujeres…, no creáis que vosotros os vais a librar, chicos. Cuando hay un conflicto, es muy raro que la culpa sea sólo de una de las partes. A ver, millones de mujeres suspiran embelesadas en vuestras narices por un hombre que no existe, Edward Cullen, un tipo con más de cien años y con modales e ideas de otra época… ¿No estaréis haciendo algo mal, muchachos?
A veces pienso que el neomachismo hace pagar algunos tributos a las mujeres a cambio de la igualdad de derechos y oportunidades. Uno de esos tributos es la extinción de la caballerosidad masculina. La devoción femenina por Edward Cullen expresa, en parte, una añoranza de los modales caballerosos de antaño.
En España, por ejemplo, los avances en materia de igualdad de género han sido tan rápidos que algunos individuos han hecho mal la digestión de tanto cambio y castigan a las mujeres comportándose con ellas como auténticos cavernícolas. Y las mujeres podemos querer la igualdad, pero no nos agrada que, al intentar subir a un ascensor, los hombres nos arrollen pasando por delante de nosotras tan rápido como una manada de rinocerontes en estampida. Hay que decir, en descargo de la condición masculina, que hay mujeres (seguramente influidas inconscientemente por el neomachismo) que se molestan si un hombre les cede el paso, les abre la puerta o les retira la silla.
En nuestras sociedades está muy extendida la costumbre de echarle la culpa de todo a la juventud (“No tienen valores”, “No tienen cultura del esfuerzo”, bla-bla-bla, bla-bla-bla…), pero yo tengo muy claro que el último que se incorpora a la sociedad no puede ser el causante de los problemas. De hecho, he observado que existe una inclinación natural hacia la caballerosidad entre los jóvenes que se va perdiendo al imitar los malos ejemplos de los mayores, de las generaciones a las que la igualdad de género se les ha indigestado. El otro día le pedí por favor a un chico de unos quince años (lleno de piercings, de pelo largo y con una camiseta del grupo Guns and Roses) que me cediera su turno para utilizar la conexión Wi-Fi de la biblioteca porque yo tenía mucha prisa, y me dijo: “Por supuesto, yo soy un caballero”.
También he podido observar que los chicos latinoamericanos que viven en España son más educados y caballerosos que los españoles. Así que, muchachos de Latinoamérica, no imitéis a esos patanes cavernícolas españoles que circulan por ahí y, chicos españoles, no imitéis a los borricos de vuestros mayores. Resucitad la caballerosidad que ellos enterraron.
En el universo narrativo de Harry Potter encontramos que el mundo de los magos ha evolucionado de manera paralela al de los muggles pero con usos y costumbres en cuanto a vestuario y comportamiento algo diferentes. El mundo mágico de Rowling conjuga los ideales contemporáneos de igualdad de género (ni siquiera Lord Voldemort piensa que las brujas están menos capacitadas que los magos) con unos modales educados que nos recuerdan a tiempos pasados. Paradigma de este comportamiento educado, caballeroso y refinado sería Dumbledore, que hasta le cedió la palabra a Dolores Umbridge cuando ésta interrumpió su discurso carraspeando (en realidad, lo que se merecía era que alguien la agarrara por los pelos y la ahogara en un tanque de zumo de calabaza).
Para desbancar a Cullen del primer puesto de la lista de hombres más deseados y colocaros a vosotros, los muchachos de verdad, también os recomiendo que vuestra novia no tenga que llevaros arrastrando al cine a ver una comedia o drama sentimental. Aunque haya mucha novela y cine romántico de poca calidad, los prejuicios pueden escamotearos el disfrute de muchos libros y películas que merecen la pena.
A los que les pase como a mí, que se me están acabando las temáticas para hacer maratones caseros de películas, os sugiero que hagáis una maratón de películas protagonizadas por actores del elenco de Harry Potter. Un buen comienzo puede ser Sense and Sensibility, adaptación de una novela del mismo título de Jane Austen, autora muy admirada por J. K. Rowling y cuyo estilo irónico ha influido mucho en nuestra autora favorita. Sense and Sensibility (Juicio y sentimiento en América Latina y Sentido y Sensibilidad en España) cuenta en su reparto con el grandísimo Alan Rickman (hay una escena en la que carga en brazos con Kate Winslet y que a mí me recuerda a Snape abrazando a Lily), con Emma Thompson (profesora Trelawney), con Imelda Staunton (Dolores Umbridge), que aquí es una simpática señora casada con el doctor House (más doctor House que nunca, y eso que todavía no había hecho la serie) y con Gemma Jones (Madame Pomfrey). Y, como detalle premonitorio de que parte del reparto de esta película acabaría trabajando en la saga más exitosa de todos los tiempos, hay un personaje que tiene un loro que se llama Potter (esto no está en el libro, así que el guionista debe ser un pariente muggle de la profesora Trelawney).
Con este artículo no he pretendido aconsejaros, sino invitaros a reflexionar. Sí deben ser seguidas al pie de la letra las palabras de un viejo, sabio y barbudo director de colegio que dijo una vez: “¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de empezar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están. ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratija! ¡Pellizco!… Muchas gracias”:
Nos seguimos leyendo…


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